Siempre he sospechado mucho de aquellos momentos en los que hay un problema a resolver y se llega a un consenso aparente y rápido, ya sea en contextos colectivos o en mi propia cabeza. Me gustan las cosas con significado infinito que me ponen a prueba, a las que no puedo catalogar y dejar a un lado como si fuera un vigilante de la verdad indiscutible. Mi experiencia me dice que nada es simple aunque lo parezca y que en el caso contrario, poco podríamos hacer las personas para negociar nuestras limitaciones. El lugar de la resistencia es el lugar de la incertidumbre.
Lo sucedido con el graffiti colectivo, sirve (o por lo menos me ha servido a mi) para aprender lo siguiente: primero que aunque a la mucha gente no les gustan los desacuerdos y prefiere disimular las tensiones, cuando esos se transforman en debates pueden ser muy útiles-casi siempre lo son. En un mundo de certezas impuestas hay que aprovechar cualquier oportunidad de poner el coco a trabajar, escuchar a los demás , evaluar y volver a evaluar la situación, y luego defender nuestra postura y discutir si hace falta.
Y segundo, que las imágenes son muy potentes. Nos afectan y mucho. Hasta nos pueden agredir. Olvidémonos por un instante de si se llama “arte” o no, si se ha hecho con pincel, con cámara o si simplemente esta ante nuestros ojos, en lo que se dice “mundo real” (aunque no sea lo mismo, pero este debate habría que retomarlo en otro momento). Centrémonos para empezar a la imagen, a su mecanismos, a su contexto. Se abre así ante nuestros ojos cansados otro campo de batalla.
Me encantan las dudas.
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